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rosario castellanos. apelación al solitario

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Apelación al solitario

Es necesario, a veces, encontrar compañía.

Amigo, no es posible ni nacer ni morir
sino con otro. Es bueno
que la amistad le quite
al trabajo esa cara de castigo
y a la alegría ese aire ilícito de robo.

¿Cómo podrás estar solo a la hora
completa, en que las cosas y tú hablan y hablan,
hasta el amanecer?


Rosario Castellanos, México, 1925- Tel Aviv, 1974

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rosario castellanos. dos meditaciones



Considera, alma mía, esta textura
Áspera al tacto, a la que llaman vida.
Repara en tantos hilos tan sabiamente unidos
Y en el color, sombrío pero noble,
Firme, y donde ha esparcido su resplandor el rojo.
Piensa en la tejedora; en su paciencia
Para recomenzar
Una tarea siempre inacabada.

Y odia después, si puedes.

II

Hombrecito, ¿qué quieres hacer con tu cabeza?
¿Atar al mundo, al loco, loco y furioso mundo?
¿Castrar al potro Dios?
Pero Dios rompe el freno y continua engendrando
Magníficas criaturas,
Seres salvajes cuyos alaridos
Rompen esta campana de cristal.

 Rosario Castellanos, México, 1925- Tel Aviv, 1974
de Meditación en el umbral, Fondo de Cultura Económica, México, 1985
imagen de Joyce Huntington

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rosario castellanos. el resplandor del ser

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El resplandor del ser
Sólo el silencio es sabio.
Pero yo estoy labrando, como con cien abejas,
un pequeño panal con mis palabras.
Todo el día el zumbido
del trabajo feliz va esparciendo en el aire
el polvo de oro de un jardín lejano.
En mí crece un rumor lento como en el árbol
cuando madura un fruto.
Todo lo que era tierra -oscuridad y peso-,
lo que era turbulencia de savia, ruido de hoja,
va haciéndose sabor y redondez.
¡Inminencia feliz de la palabra!
Porque una palabra no es el pájaro
que vuela y huye lejos.
Porque no es el árbol bien plantado.
Porque una palabra es el sabor
que nuestra lengua tiene de lo eterno,
por eso hablo.
El ser eterno, único,
la redondez del círculo cumplida.
Boca que se abre para decir sí
como se abre -asintiendo- la semilla.
Baja a la inteligencia
total, sin mengua, la palabra;
y queda (como el ámbito por el que vuela un pájaro)
plena y maravillada.
En mí su voluntad no fue hermosura.
Me hizo, como a la planta del desierto,
áspera y taciturna.
Me alzó para medir la soledad
en la extensión sin término, desnuda.
El viento herido en mis espinas- sangra.
Mi única flor es la obediencia oscura.
No ser ya más. O ser
sumisa, un instrumento.
Una flauta en los dedos de la música,
una espiga inclinada bajo el verano inmenso.
No ser ya más. Girar
disciplinadamente ceñida al universo.
Navegar sin orillas
en el amor perfecto.
Amanece en el valle. Con qué lento
resplandor se sonrosa la nieve de las cimas
y cómo se difunde la luz en el silencio.
Hechizada, contemplo el milagro de estar
como en el centro puro de un diamante.
¡Ah, despertar, vivir,
amar, amar el viento
como un amor de pájaro!
De toda la creación esta creatura,
ésta, para mi gozo.
Escogida y perfecta,
coronación del mundo más hermoso.
De su promesa viene
a ser presencia pura.
¡Oh, amor! ¡Oh, misterio,
agua donde la perla se consuma!
¡Alegría de ser dos! En dos orillas
va el río, regalándose.
En dos alas el pájaro
sube al centro del aire.
En las manos unidas
reposa, sostenido, el universo.
¡Alegría de ser dos, y entre los dos
lo eterno!
Me llamas, como a Eurídice,
rompiendo la tiniebla.
El nombre que me das
es para que amanezca.
Sonreída, inocente,
hierba, me vuelvo al aire conmovido.
De la noche no tengo
más que el rocío.
Me alegro con la rama del almendro.
Calló todo el invierno, pero sin descansar,
pues preparaba el tiempo
de convertir lo oscuro de la tierra
en esta flor con la que hoy me alegro.
Se mecía la rama
y era una flor abierta
su única palabra.
¡Cuánta muerte vencida para alcanzar la cima
de plenitud tan breve y delicada!
No era la eternidad. Era la primavera.
La primavera que florece y pasa.
Lo supe con mi carne.
Que la vida es la flor que entre sus dedos
va deshojando el aire
para dejar sin cárcel el perfume
y sin dueño la miel temblorosa del cáliz.
Así, como a la flor del cardo, nos destruye.
Lo supe con mi carne.
¡Qué amistad la del agua con su cauce
y qué conversación la de la rama
cortejada del aire!
En la mano del día
resplandece un anillo de esponsales.
¡Quñe nupcias de la luz y del espejo!
Nadie está solo. Nadie.
No temo por la hoja del arbusto pequeño,
aunque la oculte el árbol poderoso,
aunque la huelle el paso del becerro.
El rocío la embellece
de noche y en silencio.
¡Cömo canta la tierra cuando gira!
Canta la ligereza de su vuelo,
su libertad, su gracia, su alegría.
Así cantan los pájaros
regresando a su nido desde lejos.
El amor que nos ama
no aparta de nosotros ni un instante
la mirada.
Bajo ella estamos todos los dispersos,
como espigas en haz, en gravilla apretada.
La medida completa
que él alzaría en sólo una brazada.
¿Quién vivió y no lo cree?
Las palabras lo juran,
lo atestiguan los seres.
Que este don que nos dieron es don que se recibe
y ya no se devuelve.
A veces hay la noche,
pero la luz es fiel y vuelve siempre.
Al tercer día todo resucita.
Sólo la muerte muere.
No te despidas nunca.
La hoja que el otoño desprende de la rama
conoce los caminos del regreso.
La juventud recuerda su querencia.
La golondrina vuelve del destierro.
No te despidas nunca, porque el mundo
es redondo y perfecto.
Rosario Castellanos México DF,1925 – Tel Aviv, Israel, 1974
En Poesía no eres tú, Fondo de Cultura Económica, Letras Mexicanas, 1972

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sor juana inés de la cruz. detente sombra de mi bien esquivo




Detente sombra de mi bien esquivo

Detente, sombra de mi bien esquivo,
imagen del hechizo que más quiero,
bella ilusión por quien alegre muero,
dulce ficción por quien penosa vivo.

Si al imán de tus gracias atractivo
sirve mi pecho de obediente acero,
¿para qué me enamoras lisonjero,
si has de burlarme luego fugitivo?

Mas blasonar no puedes satisfecho
de que triunfa de mí tu tiranía;
que aunque dejas burlado el lazo estrecho

que tu forma fantástica ceñía,
poco importa burlar brazos y pecho
si te labra prisión mi fantasía.
Sor Juana Inés de la Cruz, (Juana de Asbaje y Ramírez), San Miguel Nepantla, ¿1648?-1695
imagen s/d

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rosario castellanos. la velada del sapo


La Velada del Sapo

Sentadito en la sombra
—solemne con tu bocio exoftálmico; cruel
(en apariencia, al menos, debido a la hinchazón
de los párpados); frío,
frío de repulsiva sangre fría.

Sentadito en la sombra miras arder la lámpara.

En torno de la luz hablamos y quizá
uno dice tu nombre.

(En septiembre. Ha llovido)

Como por el resorte de la sorpresa, saltas
y aquí estás ya, en medio de la conversación,
en el centro del grito.

¡Con qué miedo sentimos palpitar
el corazón desnudo
de la noche en el campo!
***
Presencia

Algún día lo sabré. Este cuerpo que ha sido
Mi albergue, mi prisión, mi hospital, es mi tumba.

Esto que uní alrededor de un ansia,
De un dolor, de un recuerdo,
Desertará buscando el agua, la hoja,
La espora original y aun lo inerte y la piedra.

Este nudo que fui (inextricable
De cóleras, traiciones, esperanzas,
Vislumbres repentinos, abandonos,
Hambres, gritos de miedo y desamparo
Y alegría fulgiendo en las tinieblas
Y palabras y amor y amor y amores)
Lo cortarán los años.

Nadie verá la destrucción. Ninguno
Recogerá la página inconclusa.
Entre el puñado de actos
Dispersos, aventados al azar, no habrá uno
Al que pongan aparte como a perla preciosa.
Y sin embargo, hermano, amante, hijo,
Amigo, antepasado,
No hay soledad, no hay muerte
Aunque yo olvide y aunque yo me acabe.

Hombre, donde tú estás, donde tú vives
Permaneceremos todos.

Rosario Castellanos, México, 1925- Tel Aviv, 1974
de Meditación en el umbral, Fondo de Cultura Económica, México, 1985
imagen de Otto Muehl, The Frog Prince, 1984 en Art Blog

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sor juana inés de la cruz. cuando mi error y tu vileza veo


XVIII


De amor, puesto antes en sujeto indigno, es enmienda blasonar del arrepentimiento


Cuando mi error y tu vileza veo,

contemplo, Silvio, de mi amor errado,
cuán grave es la malicia del pecado,
cuán violenta la fuerza de un deseo.

A mi misma memoria apenas creo

que pudiese caber en mi cuidado
la última línea de lo despreciado,
el término final de un mal empleo.

Yo bien quisiera, cuando llego a verte

viendo mi infame amor, poder negarlo;
mas luego la razón justa me advierte

que solo se remedia en publicarlo;

porque del gran delito de quererte,
solo es bastante pena, confesarlo.


XIX

Prosigue en su pesar y dice que aun no quisiera aborrecer tan indigno sujeto, por no tenerle así aun cerca del corazón.


Silvio, yo te aborrezco, y aun condeno

el que estés de esta suerte en mi sentido,
que infama el hierro al escorpión herido,
y a quien lo huella, mancha inmundo el cieno.

Eres como el mortífero veneno

que daña quien lo vierte inadvertido;
y en fin eres tan malo y fementido,
que aun para aborrecido no eres bueno.

Tu aspecto vil a mi memoria ofrezco,

aunque con susto me lo contradice,
por darme yo la pena que merezco:

pues cuando considero lo que hice,

no solo  a ti, corrida, te aborrezco,
pero a mí por el tiempo que te quise.

Sor Juana Inés de la Cruz, (Juana de Asbaje y Ramírez), San Miguel Nepantla, ¿1648?-1695
imagen de Kris Lewis©, Deconstruction Period, en Uno de los nuestros


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pedro serrano. peregrinaje


Peregrinaje

Ya no estamos esos cuatro que viajamos
en busca de la claridad y la salvación.
La vida apegándose a sus muros de cal, a su paso.
Mi padre no tenía aun mi edad, mi madre era muy joven.
Como una burbuja de esperanza íbamos
en peregrinación hacia el norte.
Houston, Nueva York, Montreal, trenes, aviones,
hoteles metafísicos con vacas alzadas en la entrada,
albercas en los pies de la cama,
cuerpos negros brillantes y sedosos,
y todo novedad.
Ana Luisa en su jirafa con ruedas, pequeñita,
persiguiendo un mundo que ya no alcanzaría
y en el que me conduce.
Íbamos cruzado el cañón hacia el Empire,
arreando un sol por los desfiladeros de Nueva York,
hasta caer dormidos entre cabezales oscuros.
Y en el envés mis padres,
relucientes en la vida adulta,
hacia el amanecer juntos de nuevo.
Agua de infancia.
Todo el itinerario en mi regazo.
Como el tren a Montreal,
en un último vagón por bosques aprehendidos,
abrazados,
viendo cómo se iba el paisaje
desde la barandilla
y venía siempre.

Pedro Serrano, Montreal, 1957
de Trapiches, colección viernes poesía n° 94, Universidad Nacional de Colombia, 2012
imagen de Paul Klee, Dream city

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tanta vida que se ignora



Más allá del amor

Todo nos amenaza: 
el tiempo, que en vivientes fragmentos divide 
al que fui 
del que seré, 
como el machete a la culebra; 
la conciencia, la transparencia traspasada, 
la mirada ciega de mirarse mirar; 
las palabras, guantes grises, polvo mental sobre la yerba, 
el agua, la piel; 
nuestros nombres, que entre tú y yo se levantan, 
murallas de vacío que ninguna trompeta derrumba. 

Ni el sueño y su pueblo de imágenes rotas, 
ni el delirio y su espuma profética, 
ni el amor con sus dientes y uñas nos bastan. 
Más allá de nosotros, 
en las fronteras del ser y el estar, 
una vida más vida nos reclama. 

Afuera la noche respira, se extiende, 
llena de grandes hojas calientes, 
de espejos que combaten: 
frutos, garras, ojos, follajes, 
espaldas que relucen, 
cuerpos que se abren paso entre otros cuerpos. 

Tiéndete aquí a la orilla de tanta espuma, 
de tanta vida que se ignora y se entrega: 
tú también perteneces a la noche. 
Extiéndete, blancura que respira, 
late, oh estrella repartida, 
copa, 
pan que inclinas la balanza del lado de la aurora, 
pausa de sangre entre este tiempo y otro sin medida.


Octavio Paz, México, 1914- 1998
en Libertad bajo palabra, FCE, México, 1970
imagen de Chris Anthony©, en Uno de los nuestros

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saber partir el pan y repartirlo



La vida sencilla


Llamar al pan y que aparezca 
sobre el mantel el pan de cada día; 
darle al sudor lo suyo y darle al sueño 
y al breve paraíso y al infierno 
y al cuerpo y al minuto lo que piden; 
reír como el mar ríe, el viento ríe, 
sin que la risa suene a vidrios rotos; 
beber y en la embriaguez asir la vida, 
bailar el baile sin perder el paso, 
tocar la mano de un desconocido 
en un día de piedra y agonía 
y que esa mano tenga la firmeza 
que no tuvo la mano del amigo; 
probar la soledad sin que el vinagre 
haga torcer mi boca, ni repita 
mis muecas el espejo, ni el silencio 
se erice con los dientes que rechinan: 
estas cuatro paredes ?papel, yeso, 
alfombra rala y foco amarillento? 
no son aún el prometido infierno; 
que no me duela más aquel deseo, 
helado por el miedo, llaga fría, 
quemadura de labios no besados: 
el agua clara nunca se detiene 
y hay frutas que se caen de maduras; 
saber partir el pan y repartirlo, 
el pan de una verdad común a todos, 
verdad de pan que a todos nos sustenta, 
por cuya levadura soy un hombre, 
un semejante entre mis semejantes; 
pelear por la vida de los vivos, 
dar la vida a los vivos, a la vida, 
y enterrar a los muertos y olvidarlos 
como la tierra los olvida: en frutos… 
Y que a la hora de mi muerte logre 
morir como los hombres y me alcance 
el perdón y la vida perdurable 
del polvo, de los frutos y del polvo.


Octavio Paz, Ciudad de México, 1914-1988
Imagen: Salvador Dalí, La cesta de pan, 1945

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viniste cuando se fue



Soledad tardía


Soledad, bien te busqué
mientras tuve compañía…
Soledad, soledad mía,
viniste cuando se fue…
De tus brazos me escapé
cuando en tus brazos dormía;
estar a solas quería
sin adivinar por qué.
Toda la noche vagué,
por verte, soledad mía;
regresé rayando el día,
y dormida la encontré.
De puntillas me alejé
burlando su compañía
por hallarte, y no te hallé;
pero un día que volví,
no la encontré…
¡Ay, mi soledad tardía,
viniste cuando se fue!
Lloré porque no podía
hallarte, soledad mía…
y lloré porque te hallé…

Enrique González Martínez, Guadalajara, Jalisco, 1871- México D.F., 1952 
de Los senderos ocultos, 1911

imagen de Ángela Lergo ©, Even in the darkest hours (1), en Uno de los nuestros

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