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jorge aulicino. un revolucionario ruso…

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Un revolucionario ruso exiliado en Estambul medita
sobre el inminente futuro
A Pedro Ignacio Vicuña
De ningún modo creo que de los Escila caeremos en un Caribdis, mas,
si no el caos, ¿qué otra cosa puede reemplazar esta
repetición de cosas? Mitos que nos forjan, cíclopes que se alzan
en forma de tiranos, revoluciones reducidas a cenizas…
Ah, pero lo que presiento acaso nos libere…
El preciso francotirador de Stalingrado, ciudad demolida a cañonazos,
cuyo nombre detesto, pero en la que se erige lo nuevo, el
fusil de la resistencia en alto.
En cuanto a mí… Acaso los sueños resuelvan
nuestro problema y nuestra angustia.
Nos liberaremos de las formas.
Y otro arte entreveo, de figuras superpuestas en un orden
aparente, enormes frisos sobre templos aztecas,
una creación, esto es, un caos de nacimiento,
como los confusos movimientos de una criatura recién parida.
Y desde allí, y desde allí… ¡nacerán de nuevo formas, universos!
¡Malditas, repetidas, incansables formas!
Jorge Aulicino, Buenos Aires, 1949
 de Un poeta griego huye de Londres

Inédito
Imagen de Richard Bowen, Order and Chaos

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jorge aulicino. el conde vlad medita entre las ruinas de un bombardeo

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El conde Vlad medita entre las ruinas de un bombardeo
Un joven inglés, Harker, lanzó sobre mí
la infamia de que caminaba sobre las paredes
como una lagartija y era el amo de las ratas.
No tuve que ver con ratas y sólo moví lobos y tormentas
pero no contra el decrépito Imperio que agoniza,
severamente erguido entre sus ruinas.
Antes de que Londres se llenara de afganos y de indios
taladré esa madriguera con hambre de otra cosa.
Terminé confundido con los zombis grotescos
     que devoran cerebros.
Pues soy el que viví un solo amor
y construí en la eternidad la casa de mi verano.
He sido, lo saben, un exiliado
     de sótanos Industriales
y de vuestros bastones con mango de hueso.
Me odiaron porque amé el rojo crepúsculo
que circulaba por la venas de un cuerpo irrepetible.
Ustedes, que hicieron correr sangre como agua servida
desde el Báltico al Mediterráneo
en la peor guerra que la humanidad haya visto.
Que jamás amaron el líquido rubí, sus palpitaciones,
el pulso de un cuello suave,
el horizonte inflamado de cruces y de lanzas.
¿Cómo habrían de amar la miel de Cristo?
El bramido debajo de la capa.
La tormenta que llegará y limará las rocas,
     las casitas que delimitan
las playas grises de Whitby
y el alto cementerio sin héroes ni bandidos.

Jorge Aulicino, Buenos Aires, 1949
Inédito (de Un poeta griego huye a Londres?)

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juan josé saer. jorge aulicino



[ Juan José Saer]
El día será oscuro hasta el último día,
y los montes y los jardines y la roca y las escolleras
serán siempre falsas, siempre serán coartadas.
El tiempo será oscuro hasta el último día,
y para conocerlo basta un día,
la gata sentada al modo de los gatos, sobre sus cuatro patas,
entre papeles y tazas de café
acecha una inteligencia lejana,
como si la esperara. Pero el viento entre las plantas
atrae su vista hacia la ventana.
El día es una máquina cuyo óxido no lava el aceite
y la máquina escribirá,
hará trajes, destilará petróleo,
extraerá estaño y sílice:
todo, debajo de la virtualidad,
es máquina, los apuntes son sobre la máquina
cuyos fallos están previstos;
la máquina tal vez incluso mueve la sangre
de bosques y montañas.
Y si no es así, de nada vale cantar los bosques
porque no tienen ni promueven ni desean
ni los acercan palabras
ni trazos de pintura sobre la tela,
ni la máquina de una partitura.
No tienen intermediarios
y muchas veces no sabemos si traen el éxtasis o la imbecilidad
y caen, de todos modos, bajo la máquina.
No podés creer en la costa de California
ni en las cabañas ni en la Selva Negra
ni en la verdad de una ruta en la meseta patagónica:
todo es obra, querido, de la máquina.
Y la máquina también morirá porque el día será oscuro hasta el final.
Jorge Aulicino, Buenos Aires, 1949
en Mar de ChukotkaEdiciones op.cit, Buenos Aires, nov. 2017

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jorge aulicino. de ‘el río’



6

Le mostré el río.
Tú no tienes corazón, no tienes corazón,
me decía en su lengua doméstica española, 

que no es la nuestra. Por eso le agradezco
por eso le agradezco a Teresa, porque me señaló
un hecho decisivo: sin corazón no se puede mirar el río,
se pueden mirar las batallas del río, 
que casi siempre gana, como con aquel puente en Santa Fe.
Teresa de Ávila miró la masa móvil de agua.
¿Te puedes imaginar dos grandes ríos que corren
paralelos ladeando provincias para formar esta bestia
que parece apacible?
Sólo se encrespa a veces y no es demasiado
grave. Me recuerda a mi gata, me dijo Teresa de Ávila,
y me narró la historia de aquel fraile
que podía ver a Dios sin mirar el universo.
Y que bajó por la ventana sin embargo de una celda
estrecha porque una cosa es la celda
y otra la prisión, y estaba preso,
mi pequeño fraile poético, y lleno de una única visión.
Pero aquí podéis mirar sin peligro el río felino
y cambiar el nombre a las cosas, dijo,
y ver que el nombre no hace falta, ni Pocitos ni La Boca
excepto como memoria de lo creado.
Delectatio terrestris es también extrahumana
y se trata de ver el en el nombre el Nombre que nomina
lo nominable y da memoria.
No es distracción saber a qué hora parte el buquebús 
y qué color tienen a estas horas las piedras de Colonia.
Baja hasta el Tajo como lo hizo el fraile desde su ventana
y huye de la prisión de los días más amarillos,
en la costa te darán su libertad la arenera, el velero,
esa mancha violeta, la desvencijada silla del pescador,
dispuesto todo como al azar por la bestia calma.

Jorge Aulicino, Buenos Aires, 1949
de El río, inédito
imagen de Joanie Lemercier

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jorge aulicino. las palabras muerte o angustia

Las palabras muerte o angustia de las que provienen los versos

Las palabras muerte o angustia de las que provienen los versos
no concurren a ellos, no los hacen mejores. Y de ellos están tan lejos
como esa casa pintada por Dora Carrington
al pie de una montaña entre los árboles mágicos.

No por allí hay entrada.
Es sólo la llegada.

Luego, dirás blandiendo el adjetivo imprevisto, la asociación,
el nexo imaginativo, que las olas rompen junto a la prisión marina
desde la que el convicto tiene, al menos, la visión lunar.

Jorge Aulicino, Buenos Aires, 1949

de El CairoEdiciones del Dock, Buenos Aires, 2015

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jorge aulicino. ezra pound sentado en las escaleras de la Dogana

I sat on the Dogana’s steps

For the gondolas cost too much, that year,
And there were not “those girls”, there was one face,
And the Buccentoro twenty yards off, howling, “Stretti”,
And the lit cross-beams, that year, in the Morosini,

And peacocks in Koré’s house, or there may have been.
Gods float in the azure air
Bright gods and Tuscan, back before dew was shed.
EZRA POUND, CANTO III



Ezra Pound sentado en las escaleras de la Dogana

Sentado en las escaleras de la Dogana,
sentiste el mar y sus múltiples negocios,
la imposibilidad de enumerar ventas y pájaros.
Esa cercanía con lo innumerable mueve
a iluminar las cosas y compararlas
como quien subraya con grueso rojo o azul
en un libros de cuentas, o
alza reliquias hacia la luz, o sopesa la carne.
Aquí hay olor a folios y sello, cera y brea,
al cemento agrio cubierto de guano
que sobrevuelan las gaviotas,
seres de mirada honesta,
sin escrúpulos para comer carne o basura.
Todo lo procesan. Todo es tráfico, de algún modo.
En el arsenal de los venecianos la pez arde ancora.
Sabés: lo abstracto se hace material en Venecia
o en cualquier puerto, pero más en este que ya no es.
Símbolo o signo, trofeo en la pared cada pieza de a ocho.
Navegación hay detrás de la moneda,
el duro olor de las letrinas,
shithole en el que se mueve y huele el interés,
lobos de mar y focas, acantilados y habitaciones de madera,
los fusiles de chispa y el negro cuero del caído en la estepa.
Jorge Aulicino, Buenos Aires, 1949
de Delectatio terrestris
Inédito
imagen John Coplans, Instalación Dancing With Myself

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jorge aulicino. de ¿verdad bonturo?

***
Bonturo, desconfíe:
del blog que encabeza su columna a la derecha o izquierda con
el contador de visitas;
de las iniciales al principio o fin de cada entrada en el
Diccionario de la Real Academia;
de los pergaminos;
de la Real Academia;
del que cita a menudo a Foucault;
del mirlo;
de la bolsa de mijo;
del auto-castigo;
de las panteras;
del peluquero;
de la puerta de entrada;
del recto;
del agudo;
del grave;
de la mortadela argentina;
de la salchicha de Viena;
del que no se cambia los calzoncillos todos los días;
del que no cambia de caballo a mitad del río, que es cuando el
primer caballo se hunde;
de Freud;
de los grandes;
de los chicos;
de la izquierda;
de la milanesa de soja;
de que Engels sea el verdadero co-autor del Manifiesto
Comunista;
de toda religión que no incluya algún tipo de dolor;
de toda religión que pueda practicarse sin rito;
de toda versión de la historia (y no solo de una);
de la facilidad de las cosas;
del bicarbonato;
del haiku;
del horario de atención al público;
del agua de manantial;
de Martín Fierro;
de mí;
de aquel tapado de armiño.

«Máximas a diez pesos», Ediciones Apagame el Gas, ¿querés?, Avellaneda, 2009
Jorge Aulicino, Buenos Aires, 1949
de ¿Verdad Bonturo? de Cacho Velvedere, Ediciones del Dock, Buenos Aires, 2017

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jorge aulicino. a un poema de charles bukowsky

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A un poema de Charles Bukowsky


¿Soledad , voces de los dioses, los
calmos dioses que no imaginó la religión? Sólo
tendrías los dioses de tormenta, la barba
alborotada, lo máximo
que supo la mente imaginar en cuanto
a dioses, y a Dios.
¿Las noches brillantes de fuego?
Las noches brillantes de fuego son solo
pantanos,
solicitudes al verdugo, modos
de iluminarse el vacío, camino
del héroe ante la mirada popular,
aunque te cueste la piel curtida de placeres a medias,
como un sabor en el que se mezcla el del fondo de un vaso,
con saliva, ceniza, semen.
La única forma de que la pasión no se aleje
para siempre
es el círculo delgado,
la raya, la arbitrariedad del signo que se parece a algo
o a nada, catacresis 
o abstracción, selva estampada en la porcelana, que
vivirá más que vos y yo.

Jorge Aulicino, Buenos Aires, 1949
Inédito
imagen s/d

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jorge aulicino. lágrimas de una bruja joven
















Lágrimas de una bruja joven

No quedaba nada sobre el asfalto cuando entraste
en el recuerdo de cien molinitos de papel girando
con desesperación en la puerta de un quiosco, un invierno.
Colores vertiginosos que confirieron
su índole a ese tránsito
hacia el pasado por el que recorrés ahora
la misma calle, la misma húmeda avenida,
fresca, desnuda, lunar, en que cesó el ruido
y las artes mágicas te permiten flotar
hacia la noche cada vez más fría y ancha,
-una libertad que te deja sin habla-,
como si en el fondo del cuadro hubiera un gran país nevado
y aquel titilar de lámparas que empezaban a encenderse
detrás de las ventanas cuando
volvías, dejando el campo atrás, ensimismada.

Jorge Aulicino, Buenos Aires, 1949
Inédito
Imagen de Elisabeth Alba y Deborah Blake

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jorge aulicino. siberia

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Siberia

Papá podía discutir una noche acerca de trabajar para el Estado.
No tenía moral de los fondos públicos sino la incipiente certeza férrea
de que había que montar una máquina de guerra.
Y no había sol ni escarcha en las palabras
que aprendió en los invernos fúnebres y los días despejados.
Un solo recuerdo le perturbaba el sueño y no supe cuál era.
Papá se nublaba y volvía en sí a cada rato,
como un oculto cielo en el charco de un patio.
Las palabras no podían, la acción se perdía en consignas
cada vez más lejanas, y cada vez menos mágicas.
Papá ya no decía nada, sólo que todo había ocurrido porque debía.
Papá no hizo transferencias, no dejó papeles, no perdió inocencia.
Fijate en Siberia, en los grandes transatlánticos petroleros
encallados en la taiga, los amigos del KGB hechos mafiosos
piratas aventureros galácticos, mirá el noticero,
el nuevo perfil del National Geographic, las grandes fotos
los tubos de petróleo en los que rascarán el óxido la marta
y el zorro y el tigre y los fugitivos de una gran tormenta;
pensá en la Patagonia nuestra, en Ushuaia en los presos
en los muertos en los fusilados en los enterrados bajo el viento;
pensá en el frío, medio bosque talaron con las manos nevadas.
Era de la intemperie tu gusto burgués por las cosas sólidas, tu odio al pequeñoburgués
tu carácter santurrón y nietzscheano, tu vorágine, tu prolijidad aprendida
tu admiración estética por la solidez, tu garbo extraño, irónico, recatado.
No me hablen de cambios. Es la marcha. No me hablen de cambios.
Hay algo que permanece y que no cuadra.

Jorge Aulicino, Buenos Aires, 1949
de El Cairo, 2015
en La poesía era un bello país II, Antología poética, Hebel, Santiago de Chile, 2016

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