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silvina ocampo. castigo

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Castigo

Transformará Minerva tus cabellos
en serpientes y un día al contemplarte
como en un templo oscuro, con destellos,
seré de piedra, para amarte.

Silvina Ocampo, Buenos Aires, 1903-1993
en Poesía Completa I, «Poemas de un amor desesperado», 1949, Emecé, Buenos Aires, 2002
imagen de Antonis Stephanou

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silvina ocampo. envejecer



Envejecer

Envejecer también es cruzar un mar de humillaciones cada día; 
es mirar a la víctima de lejos, con una perspectiva 
que en lugar de disminuir los detalles los agranda. 
Envejecer es no poder olvidar lo que se olvida. 
Envejecer transforma a una víctima en victimario.

Siempre pensé que las edades son todas crueles, 
y que se compensan o tendrían que compensarse 
las unas con las otras. ¿De qué me sirvió pensar de este modo? 
Espero una revelación. ¿Por qué será que un árbol 
embellece envejeciendo? Y un hombre espera redimirse 
sólo con los despojos de la juventud.

Nunca pensé que envejecer fuera el más arduo de los ejercicios,
una suerte de acrobacia que es un peligro para el corazón. 
Todo disfraz repugna al que lo lleva. La vejez 
es un disfraz con aditamentos inútiles. 
Si los viejos parecen disfrazados, los niños también. 
Esas edades carecen de naturalidad. Nadie acepta 
ser viejo porque nadie sabe serlo, 
como un árbol o como una piedra preciosa.

Soñaba con ser vieja para tener tiempo para muchas cosas. 
No quería ser joven, porque perdía el tiempo en amar solamente. 
Ahora pierdo más tiempo que nunca en amar, 
porque todo lo que hago lo hago doblemente. 
El tiempo transcurrido nos arrincona; nos parece 
que lo que quedó atrás tiene más realidad 
para reducir el presente a un interesante precipicio.

Silvina Ocampo, Buenos Aires 1903-1993
en Poesía Completa II, Emecé, 2003
imagen de Evale Warner, Raven Keeper

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todo pasa



Única sabiduría

Lo único que sabemos
es lo que nos sorprende:
que todo pasa, como
si no hubiera pasado.


Silvina Ocampo, Buenos Aires, 1903-1993
imagen de Pamela Hardman en Open Studios 2014

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qué sé yo, de cualquier cosa



Diálogo
Te hablaba del jarrón azul de loza,
de un libro que me habían regalado,
de las Islas Niponas, de un ahorcado,
te hablaba, qué sé yo, de cualquier cosa.

Me hablabas de los pampas grass con plumas,
de un pueblo donde no quedaba gente,
de las vías cruzadas por un puente,
de la crueldad de los que matan pumas.

Te hablaba de una larga cabalgata,
de los baños de mar, de las alturas,
de alguna flor, de algunas escrituras,
de un ojo en un exvoto de hojalata.

Me hablabas de una fábrica de espejos,
de las calles más íntimas de Almagro,
de muertes, de la muerte de Meleagro.
No sé por qué nos íbamos tan lejos.

Temíamos caer violentamente
en el silencio como en un abismo
y nos mirábamos con laconismo
como armados guerreros frente a frente.

Y mientras proseguían los catálogos
de largas, toscas enumeraciones,
hablábamos con muchas perfecciones
no sé en qué aviesos, simultáneos diálogos.

Silvina Ocampo, Buenos Aires, 1903-1993
en Silvina Ocampo, Poesía completa, Emecé, Buenos Aires, 2002 
imagen de Suzan Buckner, en Thrifty College Artist

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ella sola se irá


La abandonada

Por la oscura región de vuestro olvido.
GARCILASO, Soneto XXXII


No se le ocurre al tiempo repetir 
sus caras en las nubes del poniente,
y se mueren impenitentemente
tiempos entristecidos al huir.

Ella sola se irá como en un sueño,
como en un sueño donde brilla el frío,
costeando márgenes de un vago río
donde el destino forma su diseño.

Y Dios que la contempla omnipotente
de indiferencia, siente su destreza
crecer al otorgar tanta tristeza.
Ella repite persistentemente:

Ah, si quisieras ser como te amé
volvería la luz ser como antes;
no habría primaveras repugnantes
ni fragmentos heridos en mi fe.

Ah, si pudiera ser como me amabas,
sin la inquietud que vuelve tan cobarde,
volverían los cielos de otra tarde
a penetrar mi anhelo, que encantabas.

***

La abandonada

segunda versión


¡No se le ocurre al tiempo repetir
sus caras en las nubes del poniente!
Y se miueren impenitentemente
tiempos entristecidos al huir.

Por eso estoy acás como en un sueño,
como en un sueño largo que no es mío,
costeando márgenes de un vago río
donde el destino forma su diseño.

Y Dios que me contempla en su impotente
indiferencia, siente su destreza
crecer para otorgar sólo tristeza
o una terrible dicha negligente.

Mas si quisieras ser como te amé
volvería la luz a ser como antes,
no habría primaveras repugnantes
ni fragmentos heridos en mi fe.

Ah, si pudiera ser como me amabas,
sin la inquietud que vuelve tan cobarde,
volverían los cielos de otra tarde
a penetrar mi anhelo que buscabas.

Silvina Ocampo, Buenos Aires, 1903-1993
en Silvina Ocampo, Poesía completa, Tomo I, Emecé, Buenos Aires, 2002 
imagen de Mark Spain, en Cuded

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silvina ocampo. la vida infinita



La vida infinita


A veces me pregunto, al escuchar
como un recuerdo ya, el zorzal cantar

en los fondos más dóciles del sueño,
qué persigue la vida en su diseño

y en qué nos tornaremos cuando nada
nos distinga del aire y de la oleada

del mar que baña orillas de la tierra
donde nacemos y algo nos destierra.

Cuando llegue Átropos, supersticiosa,
con su cara de negra mariposa,

¿tendremos el anillo de oro mágico
que nos protegerá del hado trágico?

¿O tendremos las alas, el caballo,
que traspasará el vidrio como un rayo?

¿O perderemos todo en un momento
con el secreto y breve adiestramiento

que nos dan ya las cosas indistintas?
No escribiremos con las mismas tintas.

No pasará Alejandro Nevsky sólo
con música, armadura y protocolo

en los cinematógrafos oscuros.
No existirán los largos, largos muros

en el remoto imperio de la China;
ni en el Tibet los monjes, su doctrina.

No existirán las sombras ni los piélagos.
ni las montañas ni los archipiélagos,

ni esos bustos dorados, ni esos nombres
ni esa voz que venera el pueblo, de hombres.

No habrá tigres ni monstruos de cemento,
ni la proclamación del monumento.

No habrá teatros y gentes y mercados,
agapantos, lugares retirados,

donde canta el calor con sus chicharras
o la lluvia en los techos de pizarras.

No sabremos que existe Egipto, el Nilo,
ni leeremos las páginas de Esquilo.

No veremos en ciertos ojos almas
que besan a la nuestra en nuestras palmas.

En el itinerario de los días,
a veces víctimas de brujerías,

no omitiremos lo que más amamos
para incluir luego lo que detestamos.

No existirá el lustral Mediterráneo,
ni las plantas, ni el sol contemporáneo.

No habrá calles con nombres previsibles,
ni metales ni piedras más sensibles.

No estará el mismo río sobre el barro,
las quemas de basuras ni ese carro,

con perros que en las noches del suburbio.
se pierden junto a un niño cruel y rubio.

No habrá reinas de Egipto, ni monedas
que conservan sus caras, ni habrá sedas.

Si hoy existimos, para no morirnos
mañana lograremos no eximirnos

del universo al inventar un mundo
para vivir de nuevo. Vagabundo

como nosotros nuestro pensamiento
recordará quizás un alimento,

un dolor, un estigma, una pasión,
un rostro pálido, la comunión,

y por ejemplo dentro de algún verso
de San Juan de la Cruz un ciervo, un cierzo,

para otra vez incluirnos en la historia.
¿Será como una jaula la memoria?

El Sésamo Ábrete de recordar,
de nuevo nos pondrá en nuestro lugar

o en lugares distintos como ciegos

que no se reconocen, como en juegos.

Silvina Ocampo, Buenos Aires, 1906-1993
imagen de Andrey Bobir©, Create past, en Uno de los nuestros

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en sus tramas más turbias los antiguos diluvios



Memoria de las lluvias


Cuántas veces las lluvias del alba en sus caminos
me llevaron soñando, lentamente y dichosa,
al cristal de los campos, entre hileras de pinos,
buscando los favores de una luz asombrosa;


cuántas veces las vi reintegrar las extintas
ventanas, en los árboles perdidos en los puros
tumultos de sus ondas, que enlazaban las cintas
del recuerdo que puebla sus transparentes muros.


Las oí, deslumbrada, golpear las claraboyas
con la suave insistencia que precede los rayos
mientras en los follajes relucían las joyas
líquidas que bañaban las flores y los tallos..


Cautivando el jardín con dulces lejanías
escuché en sus rumores siempre el eco de un piano
y descubrí en la forma de sus tapicerías
un profundo invernáculo, celeste en el verano,


las columnas de un templo con estatuas asiáticas,
jaurías que bajaban al pie de una vertiente,
un Mercurio entre plátanos y fragancias extáticas
que en la noche morían desordenadamente.


Vi en sus tramas más turbias los antiguos diluvios
que encerraban los árboles, las torres y los hombres, 
las nacientes ciudades y los trigales rubios
en sepulcros de barro que no llevaban nombres;


y en las más detalladas, solos, predestinados,
en círculos giraban los nombres preferidos
hasta encontrar en suaves metros enamorados
los versos recordados, los versos prometidos.


Silvina Ocampo, Buenos Aires, 1903 – 1994
en Silvina Ocampo, Poesía completa, Tomo I, Emecé, Buenos Aires, 2002

imagen de Vincent Van Gogh

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en la antigua Pentápolis

Lot, los ángeles y la estatua

¿Cómo eran el ocaso y el umbral de esa puerta,
oscura y sin falleba, donde estaba sentado
mirando el horizonte Lot? ¿Y el afeminado
perfil de un par de ángeles en la noche desierta?

Los anhelados ángeles que Sodoma quería
conocer con premura ¿cómo eran? ¿Y la fría
continuidad de un lago que la Escritura omite,
cuya agua no tolera que el lirio se marchite…?

Las anónimas plantas, el aire inmaculado,
ignorados antípodas, ocupaban el mundo.
Infernal o seráfico, el amor transformado
en la antigua Pentápolis se volvía infecundo.

Lot rezaba en silencio: No olvidaré el amor
tan incestuoso y puro que nos impuso Eva
.
Nocturna prorrumpía una esperanza nueva,
secreta y laberíntica, como una sola flor.

Eran altas y hermosas las árabes palmeras;
un arco iris perfecto, palomas mensajeras
con devoción postal hubieran conmovido,
hubieran aplacado al dios enfurecido.

No vaciló el castigo, tampoco la inocencia
proclamada por ángeles de idénticas venturas
que amables auguraban la exaltada inclemencia:
lluvias de azufre y fuego, brillantes y seguras.

En el amanecer huía la familia
de Lot, como en las guerras, y la madre resuelta,
cumpliendo su destino de estatua, se da vuelta
y en la llanura atónita entrega a la vigilia

perpetua su blancura. Quieta y furtiva espera.
Ni un hombre ni un espejo le reveló cómo era
Desdeñada por buitres y lombrices, ya nada
le interrumpe el delirio en el alba invariada.

Silvina Ocampo, Buenos Aires, 1903 – 1994
en Silvina Ocampo, Poesía completa, Tomo I, Emecé, Buenos Aires, 2002
imagen de Peter Paul Rubens, Lot y sus hijas

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eres esplendorosa y desvalida

Enumeración de la patria

Oh, desmedido territorio nuestro,
violentísimo y párvulo. Te muestro
en un infiel espejo: Tus paisanos
esplendores, tus campos y veranos
sonoros de relinchos quebradizos,
tus noches y caminos despoblados
y con rebaño de ojos constelados.
Entre bandadas de árboles mestizos,
entre múltiples sombras y basuras,
te muestro con nostalgias asombradas
con niñas de trece años y maduras
en las puestas de sol inmoderadas.

Trémulas nervaduras de una hoja,
los ríos te atraviesan de agua roja,
sobre el primer cuaderno con paisajes
pintados por las manos de algún niño.
Tienes plantas y pájaros salvajes,
somnolientas mujeres en corpiño
trenzándose los dedos. Quietas balsas
para cruzar los ríos. Cangrejales
devoradores de hombres y animales,
montones de hijas negras y descalzas
cruzando tus desiertos y estaciones.
Tienes provincias y gobernaciones,
poblaciones vacías y distancias
con nombres melancólicos de estancias,
indomables cansancios y mortales,
pavorosos pantanos estivales,
médanos, viento norte y osamentas,
fragancias de altamisas y de mentas,
almacenes en todas las esquinas,
grandes patios con muchas ventolinas.
Tienes plantas perversas y sumisas,
con todos los venenos predilectos
de muertes repentinas y precisas,
como en las grandes cajas con insectos,
colecciones de arañas venenosas,
palúdicos mosquitos, mariposas.

Patria, he nacido tantas veces muda.
Inmóvil como un árbol he dejado
tu cielo iluminarme de rosado.
He visto tu llanura tan desnuda
quedándose sin pastos, y sin riegos
tus plantaciones, tus huertas escasas.
He visto disparar caballos ciegos,
en distintas ventanas de tus casas,
deslumbrada y atenta, he conocido
inclementes tormentas. He oído
el grito del chajá y del terutero,
el grito de la garza y de la iguana,
y llevando la tropa cotidiana,
alto y nocturno, el grito del resero.
He respirado todos tus olores:
frescura del jazmín en los calores
de febrero. Magnolias, malvas, rosas,
perfumes de tumbergias pegajosas
y el fervoroso olor de los zorrinos.
En quintas con glorietas y en las noches
vuelos de pájaros azulmarinos,
tu canto de piedritas y de coches
me ha regalado infancias prolongadas,
dulce de leche y siestas desveladas,
verdes y embalsamados picaflores,
la fuente sostenida por amores,
bombas de carnaval anaranjadas
y hamacas paraguayas olvidadas.

Patria, en una plaza, de memoria
he sabido pasajes de tu historia,
debajo de la mano indicadora
de San Martín, he sido la impostora
de indios en los límpidos ponientes.
He transformado próceres dolientes
con cuidadoso lápiz colorado
invasiones inglesas he soñado
en azoteas llenas de imprevisto
aceite hirviendo y pelo suelto. He visto
a la Santa de Lima desatando
los temporales malos y adorando,
sobre un papel de encaje, corazones
y tocayas con muchas perfecciones.

Patria vacía y grande, indefinida
como un país lejano, interrumpida
por las llegadas lentas de los trenes
la jubilosa espera en los andenes.
Es que en la madrugada incierta, cuando
tus gauchos invisibles van cruzando
potreros alambrados y cañadas,
jagüeles y tranqueras atrofiadas,
que tu alma lenta y de madre se queda
con silencios de urraca en la arboleda.
Tu ancho río tiene mimetismos
secretos con tus dulces, con tus cielos
y tus grajeas lilas de bautismos.
Ecuatorial calor y azules hielos
en tus montañas, derramadas piedras
como bandadas de tortugas, hiedras.
Eres esplendorosa y desvalida
con un frío y un ardor que no descansa
desde el seno de la Última Esperanza
al Pilcomayo de agua bienvenida,
la indolente violencia de tus sierras
se repite con lunas o entre sierras.

Silvina Ocampo, Buenos Aires, 1903 – 1994
de Enumeración de la patria y otros poemas, 1942
en Roy Bartolomew,Cien poesías rioplatenses, 1800-1950, Buenos Aires, Raigal, 1954
imagen de Silvina Ocampo

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silvina ocampo. los caballos infinitos en versión de william carlos williams

The infinite horses

I have seen them asleep on the grass,
mirroring themselves in the fields;
seen them furious, on their knees,
like haughty gods, all white,
dressed in ribbons, savage
with manes flying like the loose hair
of legended sirens on the shores.
Vile vipers have dreamt of them,
reeds and bedded mothers
keep them closed in the palms.
Trembling they foretell battles,
like the beat of their trotting hoofs,
like applause thundering in a vast theater.
They have seen wounds bleeding into the clay,
died among flowers, in the mire,
intimates of birds and vermin.
They draw near bearing armed men,
approach on their backs vile tyrants,
dressed in blood and purple.
I shall remember implacable horses:
Russian trappings; the Prezewalski;
the names of the hundred and twenty
Roman horses, chiseled in marble;
at the Olympus of Dionus of Argus,
with a hard penumbra aphrodisiac on
their bronze flanks, the horse
most flavored by the others
was that of Altis; he who was so loved
by Semiramis, the queen of Asia;
those who tasted with blessed transports-
long before the Chinese tasted them-
green tea from those inspired leaves;
that horse created by Virgil
whose benign and virtuous shadow was gifted
with the power to heal all horses.
I shall remember in an orange sky,
horses so left in shadow,
concernedly bringing lovers together
in peaceful grottoes from a distance.

Silvina Ocampo, Buenos Aires, 1906 – 1993
Traducción de William Carlos Williams publicada en New world writing, N° 14, The New American Library, ed. New York, 1958
en Lysandro Z. D. Galtier, La traducción literaria, Antología del poema traducido, Ediciones Culturales Argentinas, Tomo III, Buenos Aires, 1965
imagen: Los troyanos engañados, en Recuerdos de Pandora

Los caballos infinitos

Los he visto dormidos sobre el pasto,
repetirse acostados en los campos;
furiosos los he visto, arrodillados,
como dioses altivos, todos blancos,
vestidos y con cintas, y salvajes,
con crines como el pelo desatado
de sirenas antiguas en las playas.
Las víboras con ellos han soñado,
los juncos y las madres acostadas
los tenían debajo de las palmas.
Trémulos anunciaban las batallas,
anunciaban el miedo y la constancia,
como el redoble del tambor trotaban,
como un aplauso en un profundo teatro.
Vieron sangrar heridas en el barro,
murieron entre flores, en los charcos,
visitados por aves y gusanos.
Se acercaban trayendo hombres amados,
se acercaban con hórridos tiranos,
revestidos de púrpura y de sangre.
Recordaré caballos implacables:
los Tarpones de Rusia; los Prezewalski;
los ciento veinte nombres de caballos
que hay en Roma, grabados en un mármol;
en el Olimpo de Dionisio de Argos,
con un duro pentámetro en el flanco,
de bronce afrodisíaco, el caballo
cuyo amor cautivaba a los caballos
que acudian al Altis; el que amaba
tanto Semíramis, la reina de Asia;
los que probaron con fluición arcana
«mucho antes que los chinos las probaran»
del té las verdes hojas inspiradas;
construido por Virgilio ese caballo
cuya sombra virtuosa tan amable
conseguía sanar a los caballos.
Recordaré en un cielo anaranjado
caballos en la sombra iluminados,
uniendo ansiosamente a los amantes
en grutas apacibles de distancia.

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